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La trampa del antisemitismo

Juan Esteban Rivera

Escrito por Sebastian X Politólogo, investigador y columnista de la UN

Es innegable la existencia del antisemitismo como un fenómeno social y político, que vino evolucionando desde la Edad Media –en esta época por motivos meramente religiosos– hasta los siglos XIX y XX, donde sus repercusiones y desenlaces fueron notorios en Europa y el resto del mundo.

Si bien fue la Alemania nazi la que más exacerbó el antisemitismo y lo convirtió en pilar de su proyecto político, los países europeos tenían incorporado este sentimiento y lo hicieron parte de su consolidación como Estados-nación. El célebre Caso Dreyfus es prueba de ello, ocurrido en el seno de Francia, proclamada cuna de la democracia liberal.

El análisis que hace Hannah Arendt del antisemitismo, situado en tiempo y lugar, ofrece una útil explicación de cómo Europa pasó de reñir con el judaísmo, basada en un fervoroso cristianismo medieval, a rechazar, excluir y discriminar al pueblo judío, diseminado por el continente, por motivos sociales, culturales y políticos; ya no solamente religiosos. Incluso, por motivos económicos, identificándolo como la mano de obra extranjera que amenaza el acceso de la mano de obra local al mercado laboral. Un patrón constante del racismo, el nacionalismo y la xenofobia que existen hoy.

Analizar la crítica al Estado nación y a los derechos del ser humano a la luz del antisemitismo moderno, implica ahondar en uno de los aspectos más novedosos de la obra de Arendt, que fue mostrar que el antisemitismo moderno no es una continuación del antijudaísmo clásico sino un fenómeno distinto, un fenómeno político.

La aportación de este análisis consistió en evitar la explicación lineal de un odio inmemorial al pueblo judío que llevaría directamente de la Edad Media a Auschwitz, al establecer una diferencia entre el antijudaísmo como la larga historia de relaciones entre judíos y gentiles basadas en la diferencia de fe, y el antisemitismo moderno como una ideología secular decimonónica.

Arendt ve en el argumento del eterno antisemitismo un dispositivo para eludir la responsabilidad, una idea que justifica el odio a los judíos y lo vuelve casi intrínseco a lo humano. Esta opinión también ha sido adoptada, dice Arendt, por las comunidades judías que, al sentir debilitados los antiguos valores religiosos y espirituales por la asimilación, han querido ver en él una eterna garantía de la existencia judía (Arendt, 1998, p.31). No obstante, los prejuicios contra los judíos durante la Edad Media no son comparables con el antisemitismo de un anti-dréyfusard en el París de fines del siglo XIX; para este último, el antisemitismo era algo más que un rechazo a la población de origen judío: era un código social que hacía del judío un catalizador negativo.”

Con la herida viva del Holocausto, la comunidad internacional de la posguerra se propuso condenar sin vacilaciones el antisemitismo, catalogarlo como delito de odio y propender porque nunca más fuera parte de los cimientos de alguna identidad nacional, ya que eso había sido para muchas sociedades europeas.

El nazismo había aprovechado el establecimiento de la blanquitud como parámetro de pureza del ser humano europeo (en su identidad nacional: ‘la raza aria’) y el surgimiento de la raza como categoría jerarquizadora de los pueblos del mundo, así como del racismo como sistema de opresión sobre América, África y Asia, para identificar al pueblo judío con la “inferioridad” y la “impureza”. No era un pueblo indígena americano, no era un pueblo africano, no era un pueblo árabe tampoco un pueblo del este asiático. Debido a las múltiples migraciones y destierros, así como las mezclas étnicas con otros pueblos como ya se mencionó, el pueblo judío había sufrido un proceso de asimilación cultural y de cierto ‘mestizaje’ racial en la Modernidad, pero para Hitler y su partido, no lograba alcanzar el estatus de ‘blanco’ o ‘ario’.

“Si bien la demonización de los judíos se remonta a los inicios del cristianismo, esta excepcionalidad -que resultaba en cierta medida atractiva- fue condenada por el nacionalismo que encontraba en el elemento judío una ruptura con su ambición de uniformizar, con la idea de una unidad cultural e inclusive racial. El nacionalismo alemán hizo del judío el cuerpo extranjero al Volk. En los países germánicos, donde según Shulamith Volkov el nacionalismo precedió al Estado nación, se recurrió a la xenofobia para marcar la pertenencia nacional a través de la exclusión; sin embargo, el antisemitismo no fue el elemento unificador sino hasta 1870 del nacionalismo radical, que anteriormente utilizó a otros enemigos reales o imaginarios (por ejemplo, la campaña antifrancesa en la era napoleónica, los movimientos antirrusos, anticatólicos o en contra de los socialdemócratas). El ataque a la minoría judía se reveló más efectivo para la unificación que lo que hubiese sido una lucha contra la social democracia, y logró unificar a las clases proletarias y a las clases medias contra la ecuación liberalismo/capitalismo durante el ‘crash’ de 1873, que más adelante hará del antisemitismo el sinónimo de antimodernidad, acompañado de la idea de un imperio germano y la elevación de la guerra, o el culto a la Alemania ancestral y aristocrática en oposición a la revolución socialista.”

El establecimiento de Israel como Estado y la alianza de algunos judíos con las élites económicas y políticas de Estados Unidos y Europa en la segunda mitad del siglo XX, especialmente con los sectores de la banca y las finanzas, selló el compromiso de Occidente con la condena irrestricta de cualquier pronunciamiento, mensaje, idea o acción antisemitas.

Y ello ha servido para que cualquier desaprobación o crítica al accionar del sionismo, al genocidio y la ocupación israelí en Gaza o Cisjordania o a los ataques bélicos de Israel contra países árabes, sean tildadas de antisemitas. Pero, ¿un argumento de defensa a favor de Palestina o de otra nación árabe puede ser antisemita? Por supuesto que no.

Precisamente porque los pueblos árabes son pueblos semitas también. El término describe a una familia etnolingüística de pueblos que han habitado milenariamente el mal llamado Oriente Próximo, que es en realidad el suroeste de Asia y el noreste de África. Proviene de Sem, uno de los tres hijos de Noé, el personaje bíblico. Por tanto, es inconcebible que una persona árabe sea antisemita con una judía, o que alguien se convierta en antisemita por el hecho de abogar por la causa palestina u otra causa árabe.

El antisemitismo se ha convertido en una trampa para que Israel y sus aliados no acepten ningún ataque, crítica o condena. Esto, sin desconocer el doloroso pasado del pueblo judío en Europa y asumiendo el compromiso de no repetir un capítulo similar en la historia humana contra éste.